Sunday, April 25, 2010

Los ojos del otro lado - Ensayo Libre

Cuando ella abre los ojos, todavía no puede ver el cielo, o el color del pelo de su marido, porque todavía, hace un mes que el se murió, la única cosa que ella puede ver es la figure de su hijo. No le pregunte como recuerda los detalles de su cuerpo, la cicatriz en la rodilla del día que él se cayó cuando tenía dos años, el sentimiento de su mano pequeño en su mano grande, la parte alta de su mejilla, el mismo lugar donde él la besaría cuando ella le arropó de noche. El nombre Alejandro fue el nombre que ellos grabaron en su lápida, pero siempre le llamaba “Alex” durante su vida, el nombre que él había querido desde el día que él aprendió de hablar. Durante las noches a menudo ella se despierta de repente, oyendo su voz, diciendo su nombre, y otra vez y otra vez, ella pregunta al aire si ellos se tomaron la decisión correcta.

En este momento, ella y su marido están en un orfanato por la frontera de Estados Unidos y México, en la Ciudad Juárez, su espalda apretada contra los ladrillos frescos y lisos, mirando a su marido como él mira fijamente en la distancia. Su marido llora cuando piensa que ella no lo mira, pero de otro modo es solo un fantasma. Ellos están aquí buscando a su niño mayor y a la más joven, que estaban quedando en la casa de su hermana cuando decidieron hacer el viaje al otro lado de la frontera. Ellos pensaron antes, como los adolescentes ingenuos sin el conocimiento del mundo real, que sus niños podrían quedar en la frontera, esperando al vuelto de sus padres. Como los adolescentes, ellos esperaron de volver a la casa de su hermana con su niño Alex, y volver a su casa. Ellos pensaron que sabían lo que el mundo podría hacer. Pero ella sabe ahora que el mundo nunca existe como una persona quiere. Todas las experiencias no podían preparar los padres para la muerte de Alex, la desaparición de los dos hijos, y la comprensión que el mundo ya no contiene sentido.

Todo empezó con un moretón en el pie de su hijo, el pie de una pierna tan pequeña que ella podría cubrir la rodilla con solo la palma de la mano. Ella y su marido habían trabajado en las maquiladoras en la frontera por años y años, y los moretones no eran extraños. Los patrones de las fábricas dijeron a los trabajadores que los moretones solo eran accidentes, pero con una tasa alta de muchas enfermedades de la sangre y de la piel entre la mayor parte de los trabajadores, él y su mujer sabían que los moretones venían de las sustancias químicas. Pero ellos nunca pensaban que esas magulladuras comenzarían a hacer daño a su chico pequeño de solo siete años de edad.

Dos semanas después de la aparición de los moretones, empezó el dolor de la pierna, y un día, él no podía caminar. Cuando sus padres aprendieron que era un tipo de cáncer llamado osteosarcoma, los medios les dijeron que no podían hacer nada. Ella vuelve al momento del diagnóstico en su mente mil veces cada día, y ella piensa ahora que en ese momento vino el momento de la decisión, para hacer lo que ella podía para ayudar a su niño. Y a causa de una situación que los puso al centro del sistema de salud en México, ellos no tuvieron opción. Ella se pregunta cada día si tomó la decisión correcta, sus pensamientos obsesionados por la visión de los dos niños que dejó en la puerta de la casa de su hermana, los ojos más vastos que la vida misma. ¿Qué podrían haber hecho?

Ella hace una pausa en sus pensamientos, pensando que había escuchado las voces de sus hijos, Juan, que tiene nueve años, y Sofía, que solo tiene tres años. Pero no, una vez más el momento pasa como cada otro tiempo, como los momentos cuando piensa que ve un destello de su ropa en una multitud, o en la curva torcida del labio de Julia como sonríe tan hermosamente. Ella se había enterado de estos orfanatos, realmente justo un centro para niños pequeños que habían sido abandonados por sus padres, abandonados por la vida. Pero ella nunca sabía que eran verdaderos hasta el día la semana pasada, cuando después de su deportación ella había llamado a su hermana de Juárez, llorando, y había averiguado que aún cuando parece que la vida no tiene más de la luz, el resto de lo que queda puede ser robado también. Cuando su hermana contestó el llamado por teléfono, llorando, ella aprendió que sus hijos habían salido de la casa de su hermana, buscando a sus padres y su hermano, y ellos probablemente habían sido cogidos por la patrulla de fronteras antes que hubieran alcanzado aún la frontera, y ahora fueron guardados en un orfanato como éste, con paredes húmedas y personas serias, sin luces y sin la humanidad.

Alex se murió seis meses después de llegar al hospital en Denver, sin su hermano y su hermanita, sin su casa y sus parientes. Pero había recibido el tratamiento que en México, simplemente no existe. Recibió muchas medicinas nuevas en Denver, y también un transplante del óseo medula, una operación que, después de un nivel tremendo de la irradiación y la quimioterapia, reemplazo su óseo medula con el óseo medula de un donante anónimo. De este punto en el tratamiento después del transplante, su cuerpo podía empezar de crecer otra vez. En México, no podía recibir esas medicinas ni esta operación, porque los trabajadores mexicanos no merecen los mismos derechos como los norteamericanos, ¿no? Entonces ahorita, ellos han perdido más que su niño pequeño, un niño que llevó el cielo en su sonrisa. Ellos han perdido su pasado, su futuro, y sus otros niños. ¿Qué deben hacer? Ellos no tienen derechos, son ilegales, son los inmigrantes contra que existen las leyes que no permiten que sus niños reciban la educación ni quedar en paz. Y no pueden quedar con el cuerpo de su hijo muerto. Es una cosa terrible de darse cuento que la única cosa que ellos pueden hacer es esperar. Porque en un mundo que pide las muertes de los niños antes de las de sus padres, ¿para qué ellos pueden esperar?

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